

Vivimos en tiempos donde el concepto de empoderamiento circula con fuerza: en redes sociales, charlas motivacionales y espacios terapéuticos. Se presenta como una meta deseable, casi ideal: alcanzar una vida plena, libre de miedos, con límites sanos y una autoestima sólida, a prueba de bombas.
Pero en consulta, muchas personas me preguntan:
“¿Qué significa realmente empoderarme?”
“¿Cómo se hace eso, si nunca aprendí a confiar en mí?”
Como psiquiatra, veo que el empoderamiento no es una consigna ni un eslogan. Es un proceso profundo, íntimo y muchas veces no lineal. Implica cuestionar creencias arraigadas, reconectar con el cuerpo, recuperar la propia voz y sostener decisiones difíciles.
No se trata de imponerse ante otros, sino de sostenerse a uno mismo desde un lugar interno, firme y verdadero.
¿De dónde viene?
La palabra “empoderamiento” proviene del inglés empowerment, cuyo significado se relaciona con adquirir poder y control sobre la propia vida, especialmente después de haber sido silenciado o marginado.
En salud mental, el empoderamiento no tiene que ver con ejercer poder sobre otros, sino con recuperar agencia: la capacidad de ser sujeto activo de la propia historia, de elegir, poner límites, decir que no, de resignificar el dolor y, en definitiva de ser más libre y autónimo.
El empoderamiento no se enseña: se construye
Uno de los malentendidos más comunes es creer que el empoderamiento llega desde afuera: a través de frases inspiradoras, validación constante o consejos bienintencionados. Todo esto puede ser un valioso compañero de viaje, pero es importante saber que el verdadero cambio ocurre desde adentro.
Es un trabajo emocional, terapéutico y, muchas veces, corporal.
Muchas personas llegan a la edad adulta desconectadas de su deseo, tras haber crecido en contextos donde se invalidaron sus emociones, se desdibujaron sus límites o se silenció su voz. Aprendieron a callar, adaptarse, complacer.
En estos casos, empoderarse no es simplemente “hacerse fuerte”, sino empezar a habitarse: reconocer lo que siento, lo que necesito y lo que ya no quiero.
Obstáculos frecuentes
Empoderarse no significa sentirse bien. De hecho, suele traer incomodidad. No porque sea incorrecto, sino porque desafía patrones muy arraigados. Entre los obstáculos más frecuentes aparecen:
La culpa: “¿Y si decepciono?”, “¿Y si piensan que soy egoísta?”
El miedo: al rechazo, a perder vínculos, a dejar de pertenecer.
El autoabandono crónico: cuando hemos vivido para otros, preguntarnos qué quiero puede resultar desconcertante.
Estos no son fallos, sino huellas del condicionamiento vivido. Por eso, el empoderamiento no se logra por la fuerza, sino escuchando con honestidad lo que duele, lo que asusta y lo que necesita ser cuidado.
El cuerpo cuenta una historia mediante su vozE
El cuerpo lleva la cuenta. Personas que han atravesado situaciones altamente traumáticas suelen sentir su cuerpo como ajeno, confuso, y en ocasiones, alienado.
Recuperar el contacto corporal, a través del movimiento, la respiración, el descanso o la conciencia corporal, es parte esencial del proceso.
Cuando empezamos a registrar tensiones, fatiga, hambre, deseo sexual, ganas de llorar o gritar, también comenzamos a reconocer límites y necesidades internas que antes pasaban desapercibidas.
Empoderarse no es solo ser autosuficiente
Es bastante frecuente confundir el empoderamiento con un individualismo extremo. Frases como “yo puedo solo” o “no necesito a nadie” pueden sonar empoderadas, pero muchas veces son defensas frente a heridas vinculares no resueltas.
Empoderarse también es aprender a pedir ayuda sin culpa, a reconocer que necesitar no es debilidad, y que el vínculo respetuoso y afectivo puede ser profundamente reparador.
No se trata de aislarse, sino de relacionarse de forma más auténtica: desde el cuidado propio, no desde el sacrificio.
No somos islas
Nadie se empodera en el vacío. Si una persona comienza a poner límites, hablar con claridad o perseguir sus propios proyectos, pero está rodeada de vínculos que invalidan su proceso, que minimizan su dolor o que insisten en mantenerla “como era antes”, es probable que surjan dudas o retrocesos.
Por eso, empoderarse también implica revisar los vínculos, y muchas veces, crear nuevos espacios de seguridad: una red afectiva más sana, un espacio terapéutico, una comunidad que escuche sin juzgar.
Lo relevante como psiquiatra
Desde la psiquiatría, es importante no romantizar este proceso. Hay momentos donde la persona atraviesa una depresión, una crisis de ansiedad o un trauma reciente. En estos casos, hablar de empoderamiento sin sostén puede ser contraproducente.
El acompañamiento debe ser integral, respetuoso y cuidadoso con el ritmo y los tiempos de cada persona. No se trata de forzar cambios, sino de generar condiciones favorables para que el cambio se vuelva posible.
Preguntas por las que empezar
¿En qué momentos siento que me desconozco?
¿Qué me cuesta decir?
¿Qué necesito y aún no me permito nombrar?
¿Qué parte de mí quiere expresarse y ha sido silenciada?
¿Con qué versiones mías quiero volver a conectar?
No hay respuestas únicas. Pero empezar a hacerse estas preguntas puede abrir un camino hacia una forma más plena y honesta de vivir con uno mismo.
